Este fin de semana he acudido a una cena muy peculiar. No se celebraba en un restaurante ni en la casa de un amigo, sino en el madrileño teatro Reina Victoria, donde más 500 personas nos dimos cita para degustar al unísono “La cena de los idiotas”.
Debo reconocer que los entrantes no fueron de mi agrado. Mientras que el resto de los comensales, (la mayoría de ellos rondaban los 65 años, todo hay que decirlo) se reían escandalosamente con todo tipo de chistes fáciles, a mi no me arrancaban ni una mueca y cada vez me costaba más y más entrar en la obra.
En aquel momento me sentí tremendamente incómoda, pensé que me enfrentaba a una larga y desastrosa velada y en lugar de intentar relajarme, me empecé a mover con incomodidad en mi butaca, pensado que quizás era la mala acústica la que me impedía disfrutar de la cena. Cuando el señor que se sentaba a mi derecha se cayó al suelo de la risa, (debido a que Josema Yuste se había dado de bruces con los genitales de David Fernández) descarté los problemas acústicos y mientras le ayudaba a levantarse, acepté que tendría que hacer un esfuerzo mayor para disfrutar de esta cena.
Poco a poco, la obra fue mejorando y me empezó a arrancar sonrisas e incluso alguna carcajada. Los mejores momentos vienen sin duda de la mano de David Fernández, que representa a un “idiota” de manual y que a pesar de hacer un buen trabajo desde el principio, se va creciendo conforme avanza el montaje y acaba siendo el motor de toda la obra.
Casi con la llegada del postre, aparece Félix Álvarez (Felisuco), que representa a un inspector de Hacienda. La complicidad en el escenario entre Félix Álvarez y David Fernández es palpable, hacen una pareja escénica muy divertida y consiguen que salgas del teatro con buen sabor de boca.
Es cierto que representar una obra tan conocida y reconocida como La cena de los idiotas, nunca es fácil. Las expectativas son altas, conocemos el argumento y es casi imposible no mirar al escenario esperando que aparezca en cualquier momento el adorable Jacques Villeret (el actor que representa magistralmente al “idiota” en la versión cinematográfica original). Quizás son las odiosas comparaciones las que no ayudan a disfrutar la obra desde el principio, aunque personalmente considero que el guion debería sustituir los chistes fáciles y evidentes, por otros sutiles e inteligentes.
Fue sin duda una cena agradable pero no apta para los paladares más exigentes, porque entretiene, pero no fascina.
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